Redes sociales
Interactuar en redes sociales nos hacen sentir bien en la mayoría ocasiones a casi todos. En su diseño se han tenido en cuenta teorías y principios que proceden directamente de la psicología, la sociología y la neurociencia.
Se amparan en la capacidad cerebral de primar la recompensa inmediata a la que puede proporcionar la planificación a medio y largo plazo y son por ello potencialmente adictivas. Por mucho que sea consciente de que comer un plato de verdura me conviene más, lo que realmente quiero es tomarme ese seductor trozo de tarta.
Efectuamos una publicación y sentimos una instantánea (y probablemente creciente) excitación sobre qué opinará nuestra comunidad, si tendremos más o menos feedback, si resultará o no de su agrado el contendido que hemos compartido (ya sea un artefacto nuevo que hemos creado o una referencia que hemos curado). Nos preguntamos, puede que incluso con cierta ansiedad, si se generará una conversación interesante, si se abrirá debate, si hemos dado con un tema del que los otros quieren hablar.
Los likes o los retuits tienen el potencial de convertirse en un alimento de nuestra satisfacción inmediata y es que a todos nos gusta y en cierta medida necesitamos tener percepción de éxito, de ser aceptados, de pertenecer a una comunidad, de no ser ignorados. En tiempos de redes e interpelaciones digitales, su ausencia podría llegar a generar en nosotros una impresión de no ser escuchados, de no existir.
A veces esa necesidad de recompensa inmediata o la de, al menos, ser mínimamente escuchados puede llevarnos a compartir más de nosotros mismos de lo que compartiríamos en otra situación. Incluso nuestra intimidad.
Las redes sociales provocan también esa necesidad de contarnos. Nos invitan a hacerlo proporcionándonos un altavoz, un vehículo de comunicación. Tenemos un medio para (re)transmitir a los demás quiénes somos. Y hay otras personas escuchando.
Y no solo puede resultar adictivo, hay personas que llegan a sentir y autoimponerse la obligación para con su público (su audiencia, su grupo de followers) de seguir contando(se).
Podemos llegar a contar prácticamente todo lo que hacemos y que ese todo incluya, por supuesto, compartir piezas de información que pueden convertirnos en vulnerables.
Un ejemplo: publicamos una foto de nuestras maletas en el vestíbulo de nuestra casa a la que adjuntamos el texto "Esta familia se va cinco días al paraíso". Automáticamente, la comunidad sabe que nuestra casa está vacía. Y, como ya vimos, esta revelación puede agravarse al incluir información que concierne a otras personas: "Nos vamos con nuestros vecinos cinco días al paraíso".
No apropiarnos de la privacidad de los demás
Ya hemos comentado que la tendencia creciente a contar aspectos de nuestra vida en la red puede involucrar indirectamente a otras personas y que, incluso sin darnos cuenta, hagamos públicas informaciones relacionadas con ellas sin su permiso. Antes de publicar cualquier contenido (textos, fotos, comentarios...) debemos dedicar un tiempo a reflexionar sobre qué piezas de información que involucran a otras personas pueden estar incluidas en esos contenidos y que consecuencias pueden tener para esas personas la publicación de los mismos.
Podemos desvelar sin darnos cuenta confidencias, opiniones, creencias, circunstancias personales, orientación sexual, ideas políticas, conductas o comportamientos de otras personas.
Hay que tener especial cuidado con las fotografías. Pueden estar tomadas en momentos que en otro contexto se malinterpreten (pueden ser usadas, por ejemplo, en procesos de selección de personal). También es posible que por descuido mostremos y compartamos informaciones sensibles que afectan a otras personas en distintos ámbitos (por ejemplo, publicamos una serie de imágenes en las que se lee claramente la información del DNI o en las que hay una tarjeta de crédito que se ha movido entre foto y foto y se le ha dado la vuelta, lo que permitiría a una tercera persona obtener la información completa de la tarjeta combinando las distintas fotos).
Mucho de lo relacionado con la impulsividad y la sobreexposición afecta a cuestiones puntuales y de actualidad. Contamos nuestro día a día y lo que nos está pasando en él. Es posible que hayamos desarrollado estrategias que nos permitan ser prudentes a la hora de compartir nuevas informaciones que nos y que afectan a los demás. Sin embargo, ocurre con frecuencia que cuando comentamos aspectos sobre otras personas que conocemos debido a que nos han sido confiadas a lo largo de una relación dilatada en el tiempo (es decir cuando la información no es nueva para nosotros), tendemos a rebajar el listón de autoexigencia o simplemente olvidamos que nuestro(s) interlocutor(es) ignora(n) ese aspecto concreto de esa persona y podemos desvelar creencias, ideologías, militancias, orientaciones sexuales... que creemos ya conocidas por nuestro(s) interlocutor(es).
No apropiarnos de la privacidad de los demás II
Es posible que, guiados una vez más por la impulsividad, y tal vez dando por descontado que nuestro interlocutor no sabe de quién estamos hablando, revelemos una información referida a una tercera persona (a veces a modo de ejemplo ilustrativo), pero que una vez en la red puede llegar a ser comprendida y utilizada por otras personas que acaben teniendo acceso a ella (es lo que ocurre, por ejemplo, cuando publicamos un contenido en Facebook que compartimos con "amigos de amigos"). Máxime si tenemos en cuenta que por un lado la información tiende a permanecer en la red y que por otro las relaciones en redes sociales crean nuevos vínculos y a menudo acabamos siendo amigos de nuestros amigos.
La situación puede complicarse aún más si no tenemos presente que tanto Facebook como otros servicios disponen de herramientas de reconocimiento facial. Es posible que antes de compartir una fotografía efectuemos una reflexión concienzuda y, como consecuencia, tomemos la decisión de no etiquetar a una de las personas que aparecen. A pesar de ello, es también posible que el servicio que estamos utilizando reconozca el rostro y termine reconociendo a la persona. En ocasiones para proteger la privacidad e intimidad de los demás debemos evitar compartir determinados contenidos que consideramos propios pero que también son de las demás personas que aparecen o editarlos para evitar una exposición indeseada de terceras personas.
No es solo una cuestión de respeto o ética, es una cuestión legal: la imagen u otras informaciones de otros son datos personales y están protegidos por la ley.
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